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Víctor Ortiz re(en)seña

Dr. Víctor Ortiz

Comentario sobre Lo que estábamos buscando, de Alessandro Baricco. Ed. Anagrama.

Un viaje hacia lugares visitados, pero ahora con una manera distinta de recorrerlos.

Baricco mira la pandemia de la COVID como un mito, no porque se sintonice con la idea conspiracionista de que es un invento malévolo, sino porque nos lleva de la mano a mirarla bajo los mecanismos de funcionamiento de la mitología.

En esta criatura mítica, dice, se organizan saberes e ignorancias. Miedos, fantasmas y criaturas ancestrales fundidas en una nueva corporalidad, a través de la cual tratamos de decirnos algo urgente y vital.

Dicho espacio mental llamado mito -atravesado por el cúmulo de información que en forma de gradiente va desde la pretendidamente científica hasta las notas sensacionalistas-, encaja sus garras en los individuos y los sujeta con sus propios miedos, recuerdos, sueños, temores.

Por fin el monstruo inasible tiene cara, el desastre nombre y el fin del mundo horario: las muchas funciones sociales que cumple la reconstrucción mítica de un evento biológico. Y por si fuera poco, el encuentro de la semivida con la vida: los virus no pueden reproducirse por sí solos, sino que lo hacen infectando organismos que sí pueden… infectar para vivir.

Este mítico engendro evoca los previamente publicitados zombis invadiendo el mundo de los inocentes vivos. Como nunca antes, el mito COVID es una puesta en escena donde la historia de la teratología hace presencia y se actualiza.

A todo mito corresponde un rito y viceversa; uno explica y argumenta, el otro pone en escena. Me parece que un rito es un signo que a fuerza de repetirse cobra (se carga de) significado; y que el rito pone en acción los tres tiempos verbales básicos del español: pasado, presente y futuro. El rito, entonces, evoca (del pasado), invoca (en el presente) y provoca (hacia el futuro).

Baricco nos dice: “El mito es quizás la criatura más real que existe… afirmar que la Pandemia es una creación mítica no quiere decir que no sea real, ni mucho menos que sea una fábula. Al contrario, implica saber con certeza que una gran cantidad de decisiones muy reales primero la hicieron posible [evoca], luego la invocaron, y después la generaron definitivamente [provoca][1]…” Y va de la mano con la racionalidad irracional que explica el mito, porque “Al construir mitos los hombres se convierten en más de lo que son”.

La pregunta sería ¿por qué ahora intentamos ser más de lo que somos a través del desastre? Y con mayor razón si miramos la permanente publicidad del tema desastre: sea en películas, TV programas, noticieros, plataformas, videojuegos, políticas, violencias, guerras, catástrofes ambientales…

La COVID viene a organizar los productos previamente ofertados en el mercado de consumo de información; pero justo al organizarlos los desorganiza, les cambia de lugar y de significado, al profundizarlos los banaliza, “en un solo gesto combatimos el mito y lo generamos”.

Petrificados contemplamos esta Medusa actualizada, en la esperanza de recuperar la antigua normalidad, para siempre perdida. Y no sabemos ya cómo hacer de nosotros mismos un nuevo Golem, porque ya no hay rabino con la palabra sagrada, ni dios al cual nombrar.

Nuestro sistema de realidad está en ascuas, trabado, esperando motivaciones o revoluciones que den nuevos significados, que desplacen hacia el más allá los límites de nuestra mitología. Tal vez por eso nuestro autor afirma que “la Historia es aquello que alcanzamos a pronunciar de nuestras premoniciones”. Y más adelante: “Esa es la verdadera Pandemia: antes que tocar los cuerpos de los individuos, toca el imaginario colectivo… un contagio de mentes antes que de cuerpos”.

En el caso del VIH, el mito construyó una racionalidad donde el miedo se organizó en torno a hombres que tienen sexo con hombres, a personas usuarias de drogas intravenosas y a trabajadoras-es sexuales. Aquél a quien temer y marginar estaba circunscrito a poblaciones antaño estigmatizadas.

Pero la COVID explotó el temor hacia toda la población, a cualquiera que tosiera o estornudara: el enemigo a quien temer tomó el rostro de cualquier prójimo, de todos los prójimos. El desastre eclosionó en cualquier otro: la contaminación de mente a mente abarcó a casi toda la humanidad.

Agotados, no por el encierro sino por las patadas que el terror nos propinó en el trasero, aguardamos agazapados a la espera del siguiente monstruo, que ahora incluya y supere el terror de la COVID. ¿El fin del planeta? ¿La guerra atómica? O el sinsentido de nuestras vidas, que al asumirlo acaso podamos por fin ser libres de culpa, de obligación, de consumo, del emprendedurismo, de las certificaciones y la competencia.

Libres, tan libres, como para poder estar sin temor uno al lado del otro y con los antónimos del horror bordemos nuevos mitos.

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