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Día Internacional contra el Bullying o Acoso Escolar

De suma importancia para las Infancias y Adolescencias LGBT+

A partir del 2 de mayo de 2011, se conmemora una fecha de gran importancia en la lucha contra una problemática que afecta a niñas, niños y jóvenes alrededor del mundo: el Día Internacional contra el Bullying o Acoso Escolar, particularmente a aquellas niñas, niñes, niños y adolescentes que desde siempre forman parte de nuestra Comunidad LGBT+

Esta fecha se estableció, como casi todo lo que verdaderamente agobia a la ciudadanía, gracias a la presión que ejercieron asociaciones de familiares y diversas organizaciones no gubernamentales que luchan por los Derechos de la Comunidad.

El propósito de este día es generar conciencia sobre los riesgos que conlleva el acoso escolar y promover acciones para prevenir y erradicar esta forma de violencia que se manifiesta en los centros educativos.

Como aún celebramos la semana de la Visibilidad Lésbica, les compartiremos cinco cuentos breves, que tienen como protagonistas a una Niña, a una Adolescente, a una Joven, a una Adulta y a una Mujer de la 3era. edad, en los cuales unimos ambos temas.

Valentina.

Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Valentina. Ella era conocida por su gran sonrisa y su amor por las estrellas. Valentina pasaba las noches observando el cielo, soñando con un mundo donde la luz de cada estrella significaba la esperanza de un futuro brillante para todos.

Valentina era también lesbiana, algo que ella aceptaba con orgullo, pero que algunos en su escuela no entendían. A menudo, se encontraba siendo el blanco de burlas y comentarios hirientes. A pesar de esto, ella se mantenía firme, sabiendo que su valor no estaba definido por las palabras crueles de otros.

Un día, una nueva estudiante llamada Luna llegó a la escuela. Luna era abierta y amigable, y pronto se hizo amiga de Valentina. Juntas, compartían historias y sueños bajo el manto estrellado del cielo nocturno.

Sin embargo, el bullying no cesaba. Un grupo de estudiantes comenzó a molestar a Valentina más intensamente, intentando aislarla de los demás. Pero Luna no se quedó callada. Ella habló, defendiendo a Valentina y educando a sus compañeros sobre la importancia de la aceptación y el respeto.

Con el tiempo, la valentía de Luna inspiró a otros. Los estudiantes comenzaron a ver a Valentina no por su orientación sexual, sino por su corazón bondadoso y su espíritu inquebrantable. El cambio no ocurrió de la noche a la mañana, pero poco a poco, el ambiente en la escuela se transformó.

Valentina y Luna, con su amistad incondicional, se convirtieron en un faro de luz en su comunidad. Juntas, demostraron que la verdadera fuerza radica en la aceptación de uno mismo y en el apoyo mutuo frente a la adversidad. Y así, en un pueblo donde alguna vez reinó la ignorancia, nació una nueva era de comprensión y amor. Valentina ya no miraba las estrellas buscando esperanza, porque ella había encontrado esa esperanza aquí, en la Tierra, junto a su amiga Luna y a todos aquellos que aprendieron a amar la diversidad del corazón humano.

Las clases de español.

Había una vez en una pequeña ciudad, una adolescente llamada Genoveva que enfrentaba el desafío de ser aceptada en su escuela. Genoveva era una chica brillante y llena de vida, pero su orientación sexual la hacía blanco de burlas y acoso por parte de sus compañeros.

A pesar de los desafíos, Genoveva encontró consuelo en las clases de español, donde el profesor Cancino, creaba un ambiente de respeto y aprendizaje. Él notó la situación de Genoveva y decidió actuar.

El profesor Cancino comenzó a integrar temas de diversidad y aceptación en las lecturas cotidianas que hacían durante la clase, y en los libros que dejaba como tarea, para leerlos y exponerlos ante el grupo, fomentando así discusiones que abrieron los ojos de muchos estudiantes sobre la importancia del respeto mutuo.

Con el tiempo, el apoyo del profesor Cancino, y la valentía de Genoveva para compartir su historia, la atmósfera en la escuela comenzó a cambiar. Los estudiantes que antes participaban en el acoso empezaron a ver a Genoveva como la persona talentosa y amable que era. La empatía y la comprensión crecieron dentro de la comunidad escolar, y Genoveva se convirtió en una inspiración para otras y otros.

Genoveva superó el bullying no solo con la ayuda de su profesor, sino también gracias a su propia fortaleza y determinación. Ella demostró que, con educación, comprensión y apoyo, es posible crear un entorno donde todas y todos puedan sentirse seguros y valorados por quienes son.

Y así, Genoveva no solo encontró su lugar en la escuela, sino que también ayudó a construir un puente hacia la inclusión y la aceptación para todos en aquella ciudad.

El Jardín de Mariana

En un pequeño pueblo rodeado de colinas y ríos cristalinos, vivía Mariana, una joven de cabellos como la noche y ojos llenos de estrellas. Su pasión era cuidar el jardín de su abuela, donde las flores crecían libres y salvajes, al igual que el espíritu de Mariana.

Sin embargo, en la escuela, Mariana enfrentaba tormentas que nublaban su cielo. Palabras como espinas eran lanzadas hacia ella, “diferente”, “extraña”, “equivocada”. Mariana, quien solo buscaba ser ella misma, se encontraba atrapada en un laberinto de miradas y susurros.

Un día, mientras las lágrimas regaban las margaritas de su jardín, una nueva estudiante, Lucía, se acercó con una sonrisa que despejaba nubes. “Tus flores son hermosas”, dijo, “como un arcoíris después de la lluvia”. Mariana levantó la vista, encontrando en Lucía un reflejo de su propia luz.

Juntas, transformaron el jardín en un refugio, donde cada flor era un grito de libertad y cada hoja una nota de una canción olvidada. La belleza del jardín atrajo a otros, que con curiosidad, se acercaron para aprender la melodía de la aceptación.

Con el tiempo, el jardín de Mariana se convirtió en un mosaico de colores y risas, un lugar donde el bullying se marchitaba ante la fuerza de la diversidad. Mariana y Lucía, de la mano, mostraron al pueblo que el amor y la comprensión florecen incluso en los suelos más áridos.

Y así, el jardín de Mariana se convirtió en más que un espacio de flores; se convirtió en un símbolo de esperanza, un recordatorio de que detrás de la tormenta, siempre brilla el sol.

El Reflejo de Valeria

En un pequeño pueblo costero, Valeria vivía su vida con la tranquilidad que le brindaba el sonido del mar y el canto de las gaviotas. Era una mujer fuerte, de sonrisa fácil y corazón generoso. Valeria era lesbiana, una realidad que ella vivía con naturalidad y orgullo, pero que algunos en el pueblo veían con ojos de juicio.

Cada día, Valeria caminaba por las calles empedradas hacia la librería en la que trabajaba, que un lugar mágico, lleno de historias y sueños entre miles de libros.

Sin embargo, no todos los días eran tranquilos. Algunas miradas se entrecruzaban con la suya, llenas de desaprobación; algunos comentarios susurrados intentaban perturbar su paz.

Un día, al cerrar la librería, encontró en la puerta un panfleto que decía: “Lo natural es hombre y mujer”. Valeria sintió cómo el peso de esas palabras intentaba aplastar su espíritu, pero en lugar de eso, tomó una decisión valiente.

Al día siguiente, colocó un cartel en la vitrina de su librería que decía: “Los libros no tiene género, y el amor tampoco”. Invitó a todos, sin excepción, a un evento en la librería para hablar sobre la diversidad y la aceptación.

La noche del evento, el local se llenó de personas, algunas curiosas, otras apoyando, y unas pocas con rostros de incertidumbre. Valeria habló con pasión sobre el respeto, la empatía y el Derecho de cada uno a ser quien es sin miedo.

Con el tiempo, el pueblo comenzó a cambiar. Las mismas personas que antes murmuraban, ahora saludaban con respeto. Valeria había creado un espacio seguro, no solo entre los estantes de su librería, sino en los corazones de la comunidad.

El bullying no desapareció de un día para otro, pero Valeria se convirtió en un faro de esperanza, demostrando que la oscuridad de la ignorancia siempre puede ser vencida por la luz del entendimiento y la compasión.

Y así fueron llegando poquito a poco, personas de todas las edades, que se fueron identificando como parte de la Comunidad LGBT+, en busca de un lugar seguro, y de un libro, donde pudieran ver su reflejo.

El patio trasero.

En un pequeño pueblo alejado de la gran ciudad, vivía una mujer llamada Elena. A sus setenta años, Elena era conocida por su patio trasero lleno de plantas comestibles, y su habilidad para contar historias que cautivaban a niños y adultos por igual.

Elena también era lesbiana, algo que nunca había ocultado. A lo largo de su vida, enfrentó incomprensiones y rechazo, pero siempre se mantuvo firme en su identidad y amor propio. Sin embargo, el bullying no conocía de edades, y algunas personas en el pueblo murmuraban y se burlaban de ella a sus espaldas.

Un día, mientras Elena regaba sus plantas, en el patio de atrás, escuchó risas y comentarios hirientes desde el otro lado de la cerca. Eran algunos vecinos que, movidos por prejuicios, intentaban perturbar su paz. Elena sintió una punzada de dolor, pero no permitió que la amargura llenara su corazón.

En lugar de enfrentarlos con enojo, Elena decidió invitar a los vecinos a su patio trasero al día siguiente. Con curiosidad y cierta reticencia, aceptaron. Al entrar, quedaron maravillados por la belleza y armonía que Elena había creado. Ella les ofreció té, hecho con las mismas plantas que había sembrado en ese patio que no se veía desde la calle, y comenzó a relatar historias de su juventud, de amor y de aceptación.

Poco a poco, las barreras comenzaron a caer. Los vecinos vieron más allá de los prejuicios y conocieron a la mujer sabia y bondadosa que era Elena. Se dieron cuenta de que el amor que ella había compartido con su pareja durante tantos años era tan puro y valioso como cualquier otro.

El bullying se transformó en comprensión, y la casa de Elena se convirtió en un lugar de encuentro para todos en el pueblo. La historia de Elena enseñó que la empatía y el respeto pueden florecer incluso en los patios traseros.

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